ESCRITO POR ALFONSO & MIGUEL ROMERO
El giallo y el slasher, es evidente, comparten no pocos puntos en común. Ambos surgieron dentro del cine de explotación y consumo y presentan notables similitudes temáticas. Ninguno de estos géneros (o subgéneros, según algunos) surgió de la nada, beben de múltiples y variadas fuentes y algunas resultan también coincidentes, como la seminal “Psicosis” (1960) de Alfred Hitchcock, el considerado primer título del cine de terror moderno. Además, ningún género es, afortunadamente, impermeable a préstamos o influencias externas, y tanto el giallo como el slasher han mirado al contrario apropiándose de elementos del prójimo. Pero, por otra parte, cada uno floreció en un país (y un continente) distinto en momentos muy diferentes, respondiendo por tanto a determinadas coordenadas sociales, políticas y económicas.
El giallo, al igual que el gótico italiano, el spaghetti-western e incluso el poliziesco, lo hemos dicho en más ocasiones, es un género visual más que narrativo. Lo importante no es qué nos cuentan sino cómo nos lo cuentan, lo que vemos en la pantalla es más significativo que el propio guión: “Son los estilemas, los elementos iconográficos, los motivos estéticos y hasta los elementos técnicos, los que definen realmente un giallo. Es decir, los elementos pura y verdaderamente cinematográficos, ajenos a la verbosidad literaria y prehistórica del guión y de la historia” (1). Lo primordial son los asesinatos, su ejecución y su liturgia. Qué más da quién haya cometido los crímenes y qué le impulsó a ello, lo que de verdad interesa es cómo se van a cometer esos asesinatos, siendo por tanto la puesta en escena la reina de la función. Los ángulos de cámara (en ocasiones realmente imaginativos y retorcidos), los sostenidos planos secuencia, el punto de vista elegido (el subjetivo se impone tras la llegada de Argento al género), la fotografía, etc..., esa orquestación de homicidios realmente operísticos y recargados por encima de la lógica, de los guiones cogidos por los pelos o llenos de trampas, y de los constantes y forzados giros argumentales o la reiteración temática. La imagen se alza como importantísimo elemento narrativo. Italia ha sido desde siempre, y sobre todo en el rico periodo renacentista, un país que ha convertido la muerte en arte y que ha representado en múltiples ocasiones artísticamente la defunción. Belleza, dolor y muerte van ligados, y con apuesta preferente por los colores primordiales en sus tonalidades más cálidas, donde destaca, faltaría más, el rojo (sangre). La fotografía del giallo es fiel heredera de los muchos artistas transalpinos que trataron el tormento y el deceso en pintura, arquitectura o cualquier otra arte plástica. En los asesinatos, el director nos plasma un precioso y colorista lienzo. El realizador se convierte, a través del asesino y sus andanzas, en un artista de la defunción, creando unas hermosas (y sangrientas) obras llenas de cadáveres. Uno de los ejemplos más característicos (y también más extremos) lo podríamos encontrar en “Aquarius” (1987) de Michelle Soavi (hijo de pintores y quien ha reflejado en sus films como nadie en el género esta unión de arte y muerte), donde recreaba un cuadro de Max Ernst en uno de los asesinatos de este imprescindible título (2). Argento, quién si no, construyó una arquitectura barroca y retorcida en sus mejores gialli, creando con ella un mundo de fantasía, de cuento de hadas perverso, dentro de los muros de la academia de danza de “Suspiria” (1977), o incluso aprovechándola para despistar al espectador en “Rojo oscuro” (1975), sus dos trabajos más logrados en el género y a la par sus mejores obras de arte. No importa lo inverosímil o retorcido que puedan llegar a resultar, cuanto más hiperbólicos sean los asesinatos más impresionantes los resultados, como el corazón sacado del pecho, aún latiendo, en la citada “Suspiria”, o la garganta cercenada a lo bestia en busca de una fatal prueba de “Terror en la ópera” (1987), también del director romano. Con la instauración del giallo según Dario Argento tras el estreno de “El pájaro de las plumas de cristal” (1969) llega también la preferencia de los héroes (por llamarlos de alguna manera, porque suelen verse inmiscuidos en el asunto no de forma voluntaria) pertenecientes al mundo del arte (una vez más), ya sean pintores, músicos, escritores, etc... junto con recintos tan propios de este mundillo como son los escenarios, pensemos en “El asesino ha reservado nueve butacas” (1974) de Giuseppe Bennati o “Terror en la ópera”, donde aquéllos se convierten en auténticas cámaras mortuorias. Actores, quienes finjen ser cualquiera, cuyas máscaras ayudan a ocultar la identidad del asesino, como los de “La orgía de la sangre” (1972) de Romano Scavolini. Y es que los escenarios son la esencia misma del giallo y su asesino, marcos idóneos para que el “artista” cometa los asesinatos, dando forma así a sus obras de arte. Y nos valen de igual modo las pasarelas. El mundo de la moda y las modelos, donde rara vez faltan los maniquíes, será una constante en el giallo, quedando integrado en el género desde la inaugural “Seis mujeres para el asesino” (1964) del maestro Mario Bava y que se repetirá en múltiples ocasiones en títulos de diversa catadura, véanse “Desnuda para el asesino” (1975) de Andrea Bianchi, “Bajo el vestido, nada” (1985) de Carlo Vanzina, o “Crímenes en portada” (1987) de Lamberto Bava. Crímenes entre bastidores, referentes tenemos varios, “La estrella de variedades” (1942), de William Wellman, o “Pánico en la escena” (1950) de Hitchcock, por rebuscar entre los clásicos, y el slasher lo tratará en alguna ocasión, como en la canadiense “Cortinas” (1982) de Jonathan Stryker, o la reciente y paródica (y fallida) “Stage fright” (2014) de Jerome Sable, pero serán casos minoritarios.
Ello nos lleva a los marcos, los ambientes preferentes en uno y otro. Centrándonos en el giallo, junto a los más pretendidamente cosmopolitas, generalmente de finales de los 60, que ambientaron sus tramas en el swinging London, o los últimos, a comienzos de los 80, que trataron de camuflar los films como americanos y desarrollaron sus historias en los USA, con cierta preferencia por la Gran Manzana, el thrilling all’ italiana sacó todo el potencial que tenían las urbes transalpinas, tanto el casco antiguo de las ciudades, como los edificios más modernistas del momento, o las afueras industriales que daban un cierto toque post-apocalíptico al conjunto. Ya fuera en una Roma amenazadora, barroca y fantasmal, o en una Venecia cuyos canales parecen llevar en dirección única al cementerio. Pero también los asesinos del giallo hicieron de las suyas en el campo, muy recordados los ejemplos de Lucio Fulci y Pupi Avati con “Angustia de silencio” (1972) y “La casa dalle finestre che ridono” (1976) respectivamente, valgan también los muy destacables “L'arma, l'ora, il movente” (1973) de Francesco Mazzei y “Sombra sangrienta” (1978) de Antonio Bido. Un entorno, el rural, donde gobierna el miedo, las conspiraciones de silencio, las viejas supersticiones, las costumbres arcaicas, y donde no parece que haya nadie que pueda ayudar, o son todos sospechosos o quien pretende echar una mano aparece muerto. En los psycho-gialli, el modelo instaurado por Umberto Lenzi con su trilogía compuesta por “Orgasmo” (1969), “Así de dulce, así de maravillosa” (1969) y “Un tranquilo lugar para matar” (1970) -títulos deudores de los films franceses “A pleno sol” (1960), de René Clément, y “La piscina” (1968), de Jacques Deray-, llenos de gente guapa y adinerada, con vicios privados y públicas virtudes, egoístas y rencorosos, ambiciosos y ruines tras su opulenta apariencia, se apostó por las lujosas mansiones, ostentosos chalets y otras modernas, fastuosas y espaciosas estancias, apartadas del mundanal ruido, ya fuera en las afueras de un pueblo, en lo alto de una solitaria montaña o en medio de una isla desierta. Espacios abiertos, soleados, blancos, presuntos paraísos terrenales que se convierten en un infierno en la Tierra, en lugares ideales para matar y morir.
El slasher, enfocado en buena medida para el público adolescente y juvenil, tendrá como protagonistas preferentemente a gente joven, y las tramas se desplegarán en muchos de sus títulos en ambientes y actividades teenagers y/o universitarias: institutos, boleras, autocines, campus universitarios, fraternidades, gimnasios, fiestas/bailes de graduación, etc... ejemplos los hay a patadas: “Prom night. Llamadas de terror” (1980) de Paul Lynch, “Graduation day” (1981) de Herb Reed, “Slumber party massacre” (1982) de Amy Jones, “Siete mujeres atrapadas” (1983) de Mark Rosman, “La iniciación” (1984) de Larry Stewart, “El internado” (1986) de Carol Frank, “Una por una” (1986) de S. William Hinzman, “Blood sisters” (1986) de Roberta Findlay, “Slasher High” (1987) de George Dugdale, Mark Ezra y Peter Litter, “Hello Mary Lou” (1987) de Bruce Pittman (secuela de “Prom night”), “Cemetery High” (1987) de Gorman Bechard,... También muchos se enmarcarán lejos de la ciudad: las acampadas al aire libre y los campamentos de verano son actividades tan americanas como la tarta de manzana, y los Estados Unidos disponen de grandes extensiones de campo y bosques donde los psychokillers matarán a sus anchas a los pobres incautos que se dejen caer por allí, mientras los agentes de la ley están muy lejos para poder echar una mano cuando no forman parte de los mismos matarifes. Lugares apartados de cualquier atisbo de civilización, con gentes temerosas de Dios, ancladas en viejas costumbres. Puro gótico americano. Ahí están “Viernes 13” y sus secuelas, “Campamento sangriento” (1983) de Robert Hilzik, que conocería dos continuaciones, “Tras la medianoche” (1982) de John A. Russo, “Animadoras asesinas” (1988) de John Quinn,...
Tanto en uno como en otro se da la predilección por las armas blancas, aunque no hablamos, por supuesto, de exclusividad. El cuchillo se convierte en el maestro de ceremonias, y al igual que éste valen los puñales o la llamativa navaja de barbero. Esta última hace aparición en el giallo en “La lama nel corpo” (1966), aunque mejor se recuerde su uso en “El pájaro de las plumas de cristal”, “La muerte camina con tacón alto” (1971) de Luciano Ercoli, o “La lengua de fuego de la iguana” (1971) de Riccardo Freda (firmando como Willy Pareto). La navaja de afeitar tendría la década siguiente una importancia capital en “Vestida para matar” (1980), una de las cintas de Brian De Palma más deudoras del giallo italiano. De igual modo, De Palma sublima el taladro como mortífera herramienta en “Doble cuerpo” (1984), instrumento utilizado para análogos fines 12 años antes por Umberto Lenzi en “Siete orquídeas manchadas de rojo”.
El slasher, cuyo nombre viene precisamente de “slash” (cuchillada), es en sí mismo una variación (simplificación que dicen algunos) del psycho-thriller (que nace con “Psicosis”). Sus hieráticos asesinos tienen igualmente predilección por los cuchillos y demás armas blancas. El machete de Jason es todo un símbolo, inseparable de la figura del enorme killer de Crystal Lake. La horca es la favorita de “El asesino de Rosemary” (1981), de Joseph Zito, las tijeras de podar la del psicópata de “La quema” (1981) de Tony Maylam, el taladro el de “Slumber party massacre”, etc...
El asesino del giallo, camuflado tantas veces bajo su atuendo característico de gabardina, sombrero y guantes negros (o análogo), llega a ser un personaje abstracto, cualquiera (hombre o mujer, aunque frecuenten los primeros) puede ocultarse bajo esos ropajes para cometer los crímenes, cuyos motivos acostumbran a ser los puramente crematísticos (el vil metal, fuente de tantas conspiraciones) o como resulta de un comportamiento esquizoide fruto de alguna mente desequilibrada por un trauma infantil. Además, hasta en los ejemplos más fantásticos y surrealistas del género, ya en los 70, al asesino si lo matan... se muere. Esto que puede parecer de perogrullo no lo es en cuanto veamos la parte que le corresponde al slasher. En éste, el responsable de las muertes, en sus más recordados títulos, llega a convertirse más que en un personaje en un icono, caracterizándose precisamente por su ropa y su máscara e incluso erigiéndose en el verdadero protagonista de la función. Las sagas de “Viernes 13”, “La noche de Halloween” o “Maniac Cop” no serían tales sin la presencia de Jason Voorhes, Michael Myers y Matt Cordell. Que pasan de ser meros asesinos a convertirse en el boogeyman, el hombre del saco, que se materializa en cualquier parte, y si los matan... reviven las veces que haga falta, mientras el público esté dispuesto a seguir la franquicia, como bien nos recordaban en el irónico final de “Scream. Vigila quien llama” (1996) de Wes Craven. El motivo que los mueve suele ser la venganza contra quienes en el pasado le hicieron alguna jugarreta que acabó en tragedia, aunque una vez exterminados estos, bienvenidas sean las nuevas víctimas. Los inmortales psychokillers del slasher, que acostumbran a ser tipos de gran tamaño, hieráticos, sin sentimientos, movidos sólo por su afán vengativo de matar, parecen muchas veces por todo ello deidades nórdicas castigando a quienes se atrevieron a ofenderles. Lejos, muy lejos, quedan del asesino del giallo que “en su vida doméstica resulta ser un personaje anodino, un punto gris, huérfano de empatía, hijos de la brillantez resolutiva de sus crímenes” (3), como sería el caso de “El destripador de Nueva york”, en palabras de Jesús Palacios "tampoco el asesino es un demonio, más bien un condenado más, atrapado en su propio infierno" (4).
Los barrocos, sanguinolentos y crueles crímenes cometidos frente a la cámara por los múltiples y (usualmente) enmascarados asesinos del giallo, tienen mucho de liturgia, de rito. Nada de extrañar tratándose Italia de un país católico como ninguno, acostumbradas sus gentes a los recargados rituales religiosos donde la sangre y el dolor están siempre presentes, sobre todo en las penitencias, y donde lo puramente católico se mezcla indisolublemente con viejos ritos paganos (5). Y a pesar de todo, o tal vez por ello mismo, un hálito anticlerical planea por no pocos títulos del thriller italiano.
El cine de género italiano de las gloriosas décadas de los 60 y 70 fue, como ha dicho tantas veces la misma crítica transalpina, un cine de izquierdas. Muchos de los profesionales que participaron y contribuyeron a definir los géneros en Italia eran conocidos militantes del PCI, y en sus trabajos dejaron constancia (ya fuera de manera más o menos consciente) de sus ideas. Sería el poliziesco el género donde se vio de manera más explícita y descarada todo esto, atacando al sistema desde sus legisladores y mandatarios hasta el resultado de aquél en el lumpen, pero de igual modo son muchos los giallos que apuntan con dedo acusatorio los vicios y malas artes de magistrados, clérigos, burgueses, etc... Una mirada crítica que iría disipándose con la llegada de los 80. El slasher, si bien se podría rebuscar algún título aislado, consciente de su función de cine de consumo adolescente no incluyó esa mirada acusatoria y las víctimas del maníaco eran, al igual que su público, mayormente gente joven.
Hay incidencia en el giallo por retratar (en negro) la burguesía y sus muchos vicios (frente a sus escasas virtudes). Su disoluta vida social y sexual (acaso lo mismo), exenta de valores, se antoja liberada (y libertina), y se inclina, muchas veces, hacia la bisexualidad y/o la homosexualidad. Estos personajes tienen el sanbenito de víctima o verdugo, si no son los malos de todos modos pagarán por sus pecados. Son numerosos los casos con lesbianas en el giallo, tenemos a Marisa Mell y Elsa Martinelli en “Una historia perversa” (1969), de Lucio Fulci, la Margaret Lee de “A doppia faccia” (1969), de Riccardo Freda (acreditado como Robert Hampton), Florinda Bolkan en “Una lagartija con piel de mujer” (la bisexualidad de la misma Bolkan se aireó mucho en la prensa cotilla de la época), Monica Strebel y Jane Garret en “La bestia mata a sangre fría” (1971) de Fernando Di Leo, Sylva Koscina y Marisa Mell en “Historia de una traición” (1972) de José Antonio Nieves Conde, Carla Brait y Angela Covello en “Torso, violencia carnal” (1973) de Sergio Martino, la Erna Schürer de “Desnuda para el asesino”,...y un largo etcétera. En ocasiones son personajes lesbianos esenciales para la resolución de la trama, como en la citada cinta de Bianchi o en “Las lágrimas de Jennifer” (1972) de Giuliano Carnimeo. Las lesbianas llegan a convertirse incluso en un cliché dentro del giallo. En menor medida la homosexualidad masculina será tratada (y no precisamente de forma positiva) en algunos (notables) ejemplos (6), caso de “El día negro” (1971) de Luigi Bazzoni, “Rojo oscuro”, y queda ligeramente apuntada entre los villanos de “La perversa señora Ward” (1971) de Sergio Martino, o entre los sospechosos (cómo no) de “El gato de las nueve colas” (1971) de Dario Argento, y de las víctimas de “Sombra sangrienta” (1978) de Antonio Bido. Tampoco faltaron travestidos dentro del giallo, sirvan como ejemplos “Violación en las aulas” (1969) de Fernando Di Leo, adaptando "Muerte en la escuela" de Leonardo Scerbanenco, “Quién la ha visto morir” (1972) de Aldo Lado, o “El vicio tiene medias negras” (1975) de Tano Cimarosa. Al género miró (y mucho de él cogió) Brian De Palma, gran conocedor y amante del cine europeo de género en su magnífica “Vestida para matar”, cinta que nuestra que su director sabía mucho del thriller italiano pero que a la par hace clara referencia a una de sus películas de cabecera, “Psicosis”; y al film de De Palma miraba Katt Shea Ruben en su “Desnuda para matar” (1986), ambientada en un local tan americano (y habitual en el cine made in USA) como un club de striptease. Del mismo modo un asesino travesti acecha entre los muros de la escuela de baile de “Danza macabra” (1992), coproducción USA-Rusia rodada en San Petersburgo por Greydon Clark para la 21st Century Film Corporation de Menahem Golan, un título que tiene como referencias evidentes al giallo, a Argento y a “Suspiria”. Aunque hablando estrictamente de slashers, encontramos asesinos travestis en “El tren del terror” (1980) de Roger Spottiswoode y, sobre todo, “Campamento sangriento” (1983), desprendidos ambos de la carga crítica social de los italianos.
Siguiendo con el exterminio de las personas de vida disoluta, las prostitutas serían las víctimas designadas en “La piel bajo las uñas” / “Semillas de sangre” (1974), de Alessandro Santini, o “Prostituzione” (1974) de Rino Di Silvestro, con asesinos que parecen tener como referente al suyo afectísimo, Jack. Pero el giallo fue aún más lejos, incluyendo la prostitución juvenil, a cargo de jovencitas escasas de moral y ávidas de sensaciones y dinero para gastar en el agresivo capitalismo surgido con el “miracolo economico”. Deseos que se verán truncados en manos del asesino (moralista) de rigor. Con Edgar Wallace como referente literario, Massimo Dallamano dirige “Qué habéis hecho con Solange” (1972), a la que seguirán "La polizia chiede auto" (1974) del mismo realizador, y “Tráfico de menores” (1978) de Alberto Negrin.
En relación al tema de las féminas como víctimas propicias, Bassa y Freixas escribían “El giallo es, con toda probabilidad, el único género cimentado en el dolor y la muerte, a veces súbita, agónica en ocasiones, de la/una mujer” (7). Amy Jones por su lado, frente a buena parte de la crítica que tachó a estas producciones de machistas y misóginas (recordemos la que se armó con el estreno del "Maniac" de William Lustig en 1980), comentaba en el documental “Going to pieces” (2006) que, haciendo un repaso a las películas slasher, comprobábamos que matan a más hombres que a mujeres y que ellas son las que suelen acabar con el asesino, saliendo al final más fuertes, encontrando una lectura feminista al género.
En ambos el sexo parece conducir a la muerte. El asesino se muestra moralista en los dos casos. En el slasher, como bien nos recordaban irónicamente en “Scream. Vigila quién llama”, tener sexo etiqueta a dicho/s personaje/s como víctima segura. Las chicas virginales se convierten en las heroínas de la película, y aquélla que osa perder la virginidad o acostumbra a tener sexo obtendrá su merecido castigo por su conducta casquivana. Sobre ello parodian a gusto en la reciente “Las últimas supervivientes” (2015), de Todd Strauss-Schulon. En el giallo, parece que el asesino quiere parar la libertad sexual de sus víctimas, esos burgueses de los que hemos hablado poco más arriba.
El thrilling all’italiana es, además, un género esencialmente voyeurista, como lo eran igualmente algunos títulos clave del cine de terror y misterio que han servido de inspiración a aquél, caso de “Psicosis” y “La ventana indiscreta” (1954), ambas del tito Hitch, o “El fotógrafo del pánico” (1960) de Michael Powell. El voyeurismo, tan habitual en el giallo, reina a sus anchas en títulos esenciales como “La muerte camina con tacón alto”, de Luciano Ercoli, “Qué habéis hecho con Solange” o “Torso”. Pero sobre todo tras la llegada de Argento, y esencialmente por el uso y abuso del plano subjetivo, el espectador pasará de observar a ser cómplice (más o menos voluntario) del asesino y sus masacres.
A partir de 1975-1976, el giallo, como manera de resistir más en la cártelera y aprovechando la relajación de las normas censoras (no sólo en Italia) irá incrementando y dando más importancia al sexo y los desnudos. Del fetichismo de los primeros ejemplos del género se pasa a títulos más explícitos en materia sexual.
El slasher, con todo el exhibicionismo de epidermis por parte de algunas buenas mozas en ciertos títulos y por su propia condición de un cine pensado sobre todo para el público juvenil, no se adentró en parafilias ni variedades sexuales.
(1) Jesús Palacios en “Killing me softly. Sobre las estéticas del giallo”, en "El giallo italiano: la oscuridad y la sangre" (Nuer Ediciones, 2001).
(2) En la imprescindible “Mi novia es un zombie”/“DellaMorte DellaMore” (1994), Soavi materializa el lienzo “La isla de los muertos” de Arnold Böcklin, autor que también sirvió de inspiración a otro europeo, Fritz Lang, en “Los nibelungos” (1924).
(3) Joan Bassa y Ramón Freixas en “Morir, dormir... tal vez sufrir. De la mujer como víctima” en "El giallo italiano: la oscuridad y la sangre" (Nuer Ediciones, 2001).
(4) Jesús Palacios en "El séptimo círculo: el giallo según Lucio Fulci", en "El giallo italiano: la oscuridad y la sangre" (Nuer Ediciones, 2001).
(5) Véase también, fuera del giallo, “El demonio” (1963) de Brunello Rondi, así como las sangrientas penitencias que practican anónimos feligreses en diversos mondos, como el seminal “Este perro mundo” (1961) de Gualtiero Jacopetti, Paolo Cavara y Franco Prosperi.
(6) De unos años a esta parte, en el cine norteamericano se ha dado una corriente de producciones juveniles destinadas preferentemente al público gay donde no falta el slasher. No hablamos por tanto de asesinos gays, sino de slashers con el público homo como principal objetivo.
(7) Op. cita 3.
CONTINUARA...